Ínsula o bloque de pisos romano

Hoy día nos parece muy normal vivir en vertical, en bloques de pisos.

De un tiempo a esta parte, la gran demanda ha disparado el precio no solo de la compra de un piso, sino también del alquiler. Se alquilan habitaciones por precios que hace unos años era lo que se demandaba por una vivienda 90 m².

Si bien nos resulta moderno ver la construcción de bloques de pisos con bajos comerciales a pie de calle, esto no es algo nuevo desde el siglo XIX. Ya existía en la Roma de hace más de dos mil años. Y con los mismos problemas —y otros mucho peores que enseguida veremos— que en la actualidad.

Me estoy refiriendo a las ínsulas o bloques de pisos romanos.

¿Qué eran las ínsulas?

Vista de una ínsula con patio interior y distribución de las diferentes estancias. Fuente: Pinterest.

El nombre insula —«isla» en español— probablemente derive de las antiguas casas aisladas de la primitiva Roma, chozas primero y cabañas de madera después. Era un nombre muy apropiado puesto que este tipo de edificio estaba rodeado por calles y era el equivalente a las manzanas actuales, aunque conformadas por una gran y única estructura.

A partir del siglo III a. J.C. la necesidad de dar una vivienda a la ingente masa de personas procedentes del campo en busca de trabajo por causa de las guerras que sostuvo Roma en suelo italiano originó la creación de las ínsulas o bloques de pisos romanos.

Esto a la favoreció que la Ciudad Eterna llegara a tener más de un millón de habitantes hacia el cambio de era.

Quien conozca un edificio actual de apartamentos puede hacerse una idea bastante precisa de cómo eran las ínsulas de hace dos milenios. Construidas con ladrillo, mortero y madera, por lo general tenían una altura de 3 a 6 plantas. Los bajos, amplios y espaciosos a nivel de calle (tabernæ) se destinaban a actividades comerciales. Los apartamentos de los pisos superiores se denominaban cenacula.

Distribución de un bloque de pisos romano: la planta baja (izquierda) y primer piso (derecha) de la Ínsula de Diana (Ostia). Fuente: ostia-antica.org.

Plano de la Ínsula de Diana, planta baja (izquierda) y primer piso (derecha). Fuente: www.ostia-antica.org

Dime en qué piso vives y te diré cuánto tienes

Los cenacula o viviendas de los pisos más bajos eran los más cotizados al ser más espaciosos y poder llegar a disponer de agua corriente, cocina y letrina particular. Los ubicados en los pisos más altos, además de la incomodidad de más tramo de escalera (no, no había ascensores) carecían de estas comodidades.

Es más: en los últimos pisos solía tratarse la vivienda de una sola habitación (cella), con el espacio justo debajo del tejado, sin ninguna ventilación. Como te podrás imaginar, las condiciones de habitabilidad eran ínfimas: quien se alojara en estos lugares pasaría calor en verano y frío que pasaría en invierno. Era lo que podía permitirse a ese precio. Ya lo denunciaba Marcial:

«Gargiliano, ¿qué haces en Roma? ¿De dónde tienes
tu modesta toga y el alquiler de tu oscuro cuchitril?»

(Epigramas, III. 30)

Como te puedes imaginar, el objetivo de la construcción de estas viviendas era alojar a la gente de clase baja y media. Las clases más pudientes, en cambio, preferían vivir en sus domus, de las que hablaremos otro día, para marcar sus diferencias con la plebe.

Por lo general estos bloques de apartamentos se estructuraban en torno a un patio central, como demuestra la llamada Ínsula de Diana (Ostia), en donde solía haber una fuente comunitaria, letrinas —si las había— y un comedor (triclinium) que usaban los de los pisos más altos debido a la falta de espacio del que disponían en sus viviendas. Era, pues, el lugar donde se desarrollaba la vida de la comunidad de inquilinos, como en las corralas de hoy en día.

Estos grandes edificios eran propiedad de gente pudiente, casi siempre miembros de la élite social romana, que obtenía pingües beneficios de los alquileres. Cicerón, por ejemplo, ganaba más de 10.000 sestercios anuales a cuenta de sus pisos de alquiler.

Maqueta de la Ínsula de Diana en Ostia Antica. Fuerte: Pinterest.

Maqueta de la Ínsula de Diana (Ostia). Fuente: Pinterest.

Especulación, derrumbes e incendios

Lo malo es que esos beneficios no repercutían en la mejora de los inmuebles; por el contrario, estaba demasiado generalizado escatimar al máximo y construir con materiales de poca calidad. Si se abrían grietas y había riesgo de derrumbe, los propietarios apuntalaban los muros o llevaban a cabo la chapuza pertinente para salir al paso. Juvenal nos da buen testimonio de ello:

«Nosotros habitamos una ciudad que se apoya en buena medida en frágiles pilares,
pues con un pilar detiene el casero el derrumbamiento, y así que ha tapado la
apertura de viejas rendijas nos invita a dormir despreocupados con la ruina encima».

(Sátiras, III. 195).

Los problemas de derrumbes e incendios estaban al orden del día hasta el punto de que Marco Licinio Craso, miembro del primer Triunvirato junto a César y Pompeyo, incrementó su ya enorme fortuna aprovechándose de la situación: en cuanto se declaraba un incendio de alguna ínsula, hacía ofertas a los propietarios a un precio muy bajo para poder construir sobre los restos un nuevo edificio. Hasta que no se cerraba la transacción, no daba orden al cuerpo de bomberos creado por él de que apagara el incendio. Así, una vez rehabilitado el inmueble, incrementaba el precio del alquiler a los nuevos arrendatarios. No solo se convirtió en el hombre más rico de Roma, sino que a su muerte casi todos los bloques de pisos de la Ciudad Eterna eran de su propiedad.

La «ley de construcción vertical» en Roma

El hecho del poco espacio entre estas estructuras y la carencia de cocinas en los cenacula hacía que la gente empleara para calentarse o cocinar braseros, que eran un peligro mortal puesto que la madera era el principal elemento de construcción. Esto hacía que el fuego se propagase de una ínsula a otra como en un efecto dominó. Para evitar esto, con el tiempo se fueron promulgando leyes para regular su construcción, de entre las que conviene destacar las siguientes:

Vista de la ínsula Felicles en las cercanías de la Columna de Marco Aurelio, en el Campo de Marte de Roma. Fuente: www.maquettes-historiques.net/P22ab.html

Vista de la ínsula Felicles en las cercanías de la Columna de Marco Aurelio, en el Campo de Marte de Roma. Fuente: www.maquettes-historiques.net/P22ab.html.

I. El derecho civil romano establecía que no se podía separar la propiedad de lo edificado de la propiedad de suelo. Cada ínsula, pues, constituía una única manzana, por lo que no se podía vender cada cenaculum por separado, sino el bloque de pisos al completo y el solar en el que se había erigido.

II. Julio César estableció una altura máxima de 8 plantas —19 metros— que luego fue ratificada por César Augusto.

III. Aunque el emperador Trajano limitó la altura de las ínsulas a 6 plantas, la altura aumentó de nuevo al generalizarse la utilización de ladrillo y hormigón. Buen ejemplo de ello era la ínsula Felicles, un rascacielos para la época, con 10 pisos y capacidad para alojar a casi 400 personas.

Se tiene constancia de que hacia el siglo III había más de 50.000 bloques de pisos en Roma.

En la actualidad pocos ejemplos de esta clase de construcciones han llegado hasta nosotros, como la ya mencionada Ínsula de Diana, en las ruinas de Ostia, o la Ínsula Capitolina, en Roma.

En resumen

Hoy en día puede parecernos la mar de actual y moderno algo que ya era habitual hace más de veinte siglos y que en Europa no se volvió a ver hasta el siglo XIX, junto con el alcantarillado y el adoquinado de las calles. Apartamentos, caseros, inquilinos, pisos patera, especulación, corrupción… prácticamente nada ha cambiado en tanto tiempo. En realidad, qué bien haríamos si fuésemos conscientes de la importancia de aprender de la Historia para no cometer los mismos errores.

¿Y tú, vives en un bloque de pisos? ¿Has llegado a encontrarte con alguno de los problemas que tenían los inquilinos de las ínsulas romanas? Te leo en comentarios.

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