Vivimos en una sociedad, la del siglo XXI, cada vez más polarizada en la que ser sincero parece a veces un error. ¿No te has dado cuenta de que, últimamente, a las personas no les gusta escuchar lo que no quieren oír?
No sé qué opinas tú, pero yo nunca he comulgado con eso.
Considero que la sinceridad es uno de los pilares más fuertes de mi personalidad. Es verdad, nunca se me ha dado bien la diplomacia y, aunque quiero creer que alguna virtud tendré, no me cabe ninguna duda de que tengo varios defectos.
Por ello, en ocasiones mi voz interior, mi ego, toma el control de mis decisiones y me hace decir lo que pienso en ese preciso momento, sin filtro. Soy, según el término empleado en psicología, un «sincericida». Creo que es peor ser un hipócrita.
Ser sincero, ¿motivo de frustración o un error?
Esta pregunta me ha estado rondando la cabeza todo este fin de semana después de lo que aconteció el pasado sábado.
Verás, hace unos días un buen amigo (o eso creía yo) me dijo que este fin de semana estaría en la ciudad donde resido. La noticia me alegró. ¡Por supuesto!
Impulsado por ese entusiasmo, le comenté si podríamos quedar a tomar algo y vernos, pues hace casi tres años que no hemos coincidido. Me dijo lo típico, que en principio sí, que ya concretaríamos.
Lo cierto es que en ese momento no me di cuenta de la falta de interés que demostraba esa respuesta.
Es duro afrontar la realidad. Máxime cuando la persona que te decepciona es alguien con quien considerabas tener una confianza plena.
Yo creía que este amigo y yo podíamos hablar de cualquier cosa sin tapujos. Hoy, sin embargo, me ha descubierto su verdadera cara.
Todo era mentira.
Llegó el viernes. Me dijo que ya estaba instalado en su hotel. Yo, todavía entusiasmado, le di la bienvenida y le pregunté cuándo podíamos quedar, pues suponía que el motivo principal de su mensaje era acordar la esperada cita.
Cuál fue mi sorpresa al leer el siguiente mensaje:
«Complicado. He venido a descansar y desconectar. Ya tengo plan para cenar hoy y comer mañana».
Me quedé completamente anonadado.
Y todavía más cuando me enteré de que la persona con la que iba a comer y cenar era alguien que trabaja con él y a quien ve todas las semanas.

Me ofusqué, como podrás comprender.
Llegué a la conclusión de que no tenía interés en verme, que me había mentido y dado falsas esperanzas.
El ego del que te he hablado antes hizo acto de presencia y se lo manifesté tal cual lo sentía, apelando a la confianza plena que yo creía que teníamos.
De acuerdo, tal vez obré mal siendo descarnadamente sincero; no obstante, si no puedes serlo con un amigo, ¿con quién entonces?
Al final, en lugar de una charla desde la confianza y la sinceridad, me he encontrado con un supuesto amigo que, como respuesta, me ha bloqueado en varias redes sociales por decirle exactamente cómo me sentía con su comportamiento.
Ser sincero es un error en el siglo XXI.
No obstante, quizá te sorprenda saber que, a pesar de ello, la conclusión que saco de todo esto es positiva.
He aprendido que en la sociedad del siglo XXI hay que ser sincero cuando lo que vayas a decir sea algo positivo y resulte empático para quien lo escuche sin necesidad de ser hipócrita.
A su vez, aunque por un lado me duele haber vivido engañado varios años, por otro le agradezco a la vida que me haya hecho descubrir la verdadera forma de ser de esa persona, que le haya quitado la careta. Gente así es mejor tenerla lejos para que no nos perjudique, ¿no crees?
Así pues, borrón y cuenta nueva. Etapa cerrada.
Adelante, siempre hacia adelante.